Alberto Campo Baeza insiste hoy sobre los principios de Vitruvio, «utilitas, firmitas y venustas» como derivadas de su preocupación fundamental, servir. Alumno de los grandes maestros españoles y profesor de tres décadas de nuevas generaciones, relega el papel de los nuevos medios al servicio de su principal instrumento, la razón. Amante confeso de la poesía, considera la cultura única medicina para que la sociedad valore la mejor arquitectura y no sólo la más llamativa, esa que asombra con las sinrazones que a menudo producen los llamados stararchitects. Desde aquella ópera prima, la casa Turégano [pdf], afirma seguir haciendo las cosas con la mayor libertad y creyendo que sin ideas no es posible hacer ninguna arquitectura. Desde que construyera aquella casa de la que salía sol, un cubo blanco de 10x10x10, hecho de luz, hasta el más reciente de sus edificios, unas oficinas en Zamora, esta vez hechas de aire, sus palabras y actos destilan la sencillez abrumadora de quien tiene claros los principios que rigen su buen hacer y a pesar de ello sigue investigando. Puede que uno de sus mayores logros sea hacer que el efecto al que alude al hablar de sus casas, como islas, se extienda al panorama general gracias a esa poesía que conjuga la materia con el número.
Mis casas siempre ponen nerviosos a los de alrededor (Alberto Campo Baeza)
[entrevista via ElCultural] + [artículo e imágenes via metalocus]
[artículo via ElPaís] + [entrevista [via pedacicosarquitectónicos]